La presencia de Herminia Arrate en la Historia del Arte en Chile es escasa. Esto debido a que permaneció poco tiempo en el país, ya que vivió en el extranjero desde 1929 cuando se casa con el diplomático chileno Carlos Dávila, y por el hecho de que no pintó muchos cuadros y no participó en más de dos exposiciones en toda su vida. Fue en 1942, a partir de su repentina muerte, cuando un grupo de importantes artistas, entre ellos su profesor de la Escuela de Bellas Artes, Pablo Burchard, sus colegas Luis Vargas Rosas y Julio Ortiz de Zárate, y sus amigos Vicente Huidobro y David Alfaro Siqueiros, entre otros, organizaron una exposición retrospectiva en homenaje a su trabajo artístico, a partir de lo cual su obra logró una mayor valoración y visibilidad en la escena local.
Su obra se compone, principalmente, de naturalezas muertas en tonos opacos y con texturas ásperas. Dentro de ellas, figuran varias cuyo objeto central es un botellón. Siendo estas las que mayor circulación tuvieron, al ser enviadas al Salón Oficial de 1930 y 1941.
De hecho, esta obra de la Colección del MAC, ha sido una de las más reproducidas en catálogos por ser la más representativa de su trabajo pictórico, analítico y mesurado. Al respecto, Antonio Romera escribe: “No busquemos en sus obras un colorido, ni un dibujo débil y poco afirmado. Está toda ella realizada bajo el signo de lo vigoroso y recio. Y afirma sus mejores cualidades en el rigor constructivo y en la escueta valorización de los tonos. El cromatismo está hecho de la síntesis de los valores. La ‘nobleza’ del motivo temático depende de sus posibilidades plásticas. La curva ampulosa de un botellón es pretexto para un magnífico trozo de pintura. A veces el colorido está limitado por una tendencia monocroma excesiva, inclinada a los sienas y ocres. Es sombría y dramática” (1951, p. 179)
Amalia Cross, Catálogo Razonado MAC, 2017.