Pese a haber alcanzado reconocimiento internacional dentro de su estilo figurativo con impronta social, Berdía resuelve acompañar los primeros ensayos locales del arte no-objetivo. Es una decisión inesperada. En el mismo año 1952, cuando despuntan sus primeros ejercicios abstractos, se publica en Buenos Aires una monografía dedicada a su obra que no advierte de tal viraje, o más bien, del nuevo camino que emprende en paralelo, pues Berdía sigue practicando la figuración. Si bien en sus primeros trabajos abstractos el pintor mantiene aún una férrea estructura basada en sus conocimientos de dibujo y en la equivalencia pictórica en los planos concretos, con la solicitación del Informalismo en los años 60, su obra arriesga otras pesquisas. La producción de Berdía se repliega entonces hacia un lenguaje de vivencias personales.
La aseveración también es válida para esta Olvidada soledad. La soledad es expresada como un magma rojo que flota sobre un fondo de tonos verdosos y oscuridades veladas, una sensación indefinida, de presencia más ominosa, marca el rojo, de contornos llovidos pero de sustancia rotunda, pesada y agobiante. Sorprende en esta obra lo mucho que Berdía ha renunciado a sus recursos plásticos, a destrezas técnicas adquiridas a fuerza de síntesis y racionalización, “esa razón penetrante, dentro de la lógica y la geometría” definida por Caride (1952) y con la cual Berdía construía de suyo, línea a línea, la estratigráfica planificación del espacio pictórico. Todo lo abandona para internarse en un sendero delicuescente, ciertamente informal. En este terreno de investigación su audacia no encuentra parangón con otros grandes pintores uruguayos.
Pablo Thiago Rocca, Catálogo Razonado MAC, 2017.