La obra está realizada mediante un vaciado en yeso patinado de color ocre, en buen estado de conservación. Se trata de una figura masculina sintética y hierática, pero con cierto naturalismo en la elaboración de los rasgos secundarios, como los que representan el pelo y el bigote. La mirada dirigida al frente es inexpresiva y fija, en una actitud pasiva que no desarrolla mayores contracciones faciales.
La inscripción en rojo “Oteiza”, en la base de la escultura, nos permite aproximar una data e identificar con certeza al supuesto retratado, el artista vasco Jorge de Oteiza Embil. Ello, refrendado por fotografías de la época que inmortalizan al autor, comparando así los rasgos fisonómicos. Ambos, Rodig y Oteiza, se interesaron en el indigenismo, que se radicaliza en la obra de Laura Rodig tras su paso por México, donde adquiere elementos de un imaginario que será permanente en su obra posterior. Todo esto iniciado, por una necesidad particular de conciliar sus deseos etnográficos y pedagógicos. “Yo entonces solicite, y obtuve, trabajar en el Servicio de Misioneros de Cultura Indígena, lo que me permitió recorrer gran parte de la tierra mexicana” (Rodig, 1957, p. 287). Lo mismo que llevó a Oteiza a viajar a Sudamérica en la década de 1930.
Matías Allende, Catálogo Razonado MAC, 2017.