El mural que nos convoca ocupa un vano entre dos columnatas del muro norte del hall del edificio que entonces albergaba la Escuela de Bellas Artes. Al igual que con el mural de la Ciudad del Niño, en la ejecución de esta obra sirvió como ayudante la pintora Matilde Pérez. Como es característico en el trabajo mural de Guevara, presenta una sólida composición sustentada en la distribución de las formas a partir de la armadura del rectángulo que perfila su soporte, la sección áurea y la continuidad ilusoria de la perspectiva otorgada por el espacio arquitectónico, lo que se refleja en un horizonte elevado –entre otros aspectos– acorde a la visión del espectador desde abajo hacia arriba. La obra presenta también el típico carácter intemporal y monumental de los murales de Guevara, para quien la pintura mural era fundamentalmente decorativa (no olvidemos la densidad que este concepto había adquirido en el paso del siglo XIX y XX) y, por lo tanto, su misión no era proponer un problema ni hacer propaganda, sino presentar algo ya “resuelto”. De ahí la importancia que tiene el registro alegórico –la personificación de conceptos “resueltos”– en toda su obra mural.
En el mural vemos diez figuras femeninas, una masculina y una de género difícil de determinar que se encuentra recortada por el margen derecho. Las figuras se sitúan en un paisaje cuya regularidad (en particular de sus nubes y árboles) recuerda lo que el pintor simbolista suizo Ferdinand Hodler llamó “paralelismo” y cuyas formas y colores sintéticos recuerdan a los frescos del Giotto y al primer Renacimiento. Un artículo del pintor Augusto Eguiluz, además de afirmar que este es “uno de los más felices trabajos murales” de Guevara, caracteriza así su iconografía: “Una alegoría, que es un homenaje a las Bellas Artes. En la parte superior, una figura de mujer vela la llama siempre encendida del Arte. Más abajo y en perfecta composición, los personajes se agrupan en serenas poses representando a jóvenes artífices, cada uno en su propia tarea de artesanos espirituales” (Eguiluz, 1957, p.5).
Claudio Guerrero, Catálogo Razonado MAC, 2017.