Los elementos contenidos en la imagen nos hablan de una visible “actualización” de los símbolos nacionales de México. Por ejemplo, el águila con la serpiente corresponde a un emblema fundacional, que además es el escudo de la bandera tricolor mexicana. La elite política liberal del siglo XIX se había encargado de hacer la edificación del relato histórico oficial, y en este caso a la civilización mexica –o azteca– se le atribuyó el descubrimiento histórico: en su peregrinar y descenso hacia el Valle de México, un grupo de indígenas hizo un alto en uno de los costados de los bordes del lago de Texcoco en medio de la laguna y, sobre un tunal que crecía en una peña, contemplaron lo que se les había dicho proféticamente, un águila de gran tamaño y belleza con sus alas desplegadas al sol tendría asida a una serpiente con su pico y garras. Con este hecho, los mexicas fundaron la ciudad de Tenochtitlán, centro de México desde aquel entonces. La ocupación del territorio fue visualizado como “un acto inspirado de poder, imaginación y destino”.
Por su parte, la serpiente de dos cabezas, encarna al dios Quetzalcóatl, mito de origen y retorno de acuerdo con la historia antigua nacional y que ha transmutado en diferentes deidades. La presencia de la serpiente –la cual destaca por la geometrización de trazos a lo largo de su fisonomía– era también parte fundamental de la construcción de la identidad criolla. Cabe mencionar que la efigie de Quetzalcóatl, en sus múltiples representaciones, aparecía como divinidad prehispánica fundamental además de ser guardián de las entradas de los templos precolombinos.
Dafne Cruz, Catálogo Razonado MAC, 2017.