En el cuadro se representa a un hombre joven vestido a la usanza de la época, en un traje oscuro, con chaqueta, camisa y un pañuelo anudado en el cuello. El cuerpo y la cabeza están levemente girados, generando una sombra en el lado izquierdo del rostro, acentuando la dirección de la mirada e insinuando una sonrisa por la comisura de los labios. En su rostro se concentra una mayor definición por las pinceladas y el manejo de tonos en la construcción del volumen, mientras que el resto de la figura ha sido esbozada en líneas que se disuelven hacia el borde inferior del cuadro, generando un aspecto inconcluso o abocetado; una mayor soltura que marcará una diferencia formal fundamental con sus retratos anteriores, mucho más académicos y acabados, como los que realizó antes de su primer viaje a Europa en 1887.
El personaje retratado es el escritor Augusto D’Halmar, a quien Juan Francisco González conoció a finales del siglo XIX, y con quien estableció una cercana relación de amistad. Es interesante el hecho de que este retrato fue realizado el mismo año en que Augusto decide cambiar su nombre, pasando de Augusto Geronime Thomson a Augusto D’Halmar. En su libro Cristián y yo, una compilación de cuentos publicado en 1946, el escritor decidió incluir como portadilla una reproducción de su retrato pintado por González, señalando bajo la imagen: “Retrato de Augusto D’Halmar a la edad de 20 años”. En otro de sus libros, Recuerdos Olvidados, que son las memorias de su heterónimo Cristian Delande escritas por D’Halmar en tercera persona, se hace una mención especial dentro de sus amistades al pintor, quien contribuyó activamente en su formación intelectual y espiritual, ocupando la figura de maestro.
Amalia Cross, Catálogo Razonado MAC, 2017.