La pintura nos muestra dos terneros guachos que en un caluroso mediodía de verano (no corre una gota de viento) se han detenido a beber agua al borde de un estanque o laguna. El ternero blanco en primer plano mira hacia el espectador, mientras el otro, con manchas negras, más atrás lleva su hocico al agua y de paso genera ondas concéntricas en la antes quieta superficie del agua. El horizonte está en extremo elevado y la masa de agua domina el cuadro, dejando una pequeña franja superior en la que se distinguen un bosque, hacia la izquierda, y una colina con árboles y plantaciones maduras o ya cosechadas, hacia la derecha. Aparte del ganado y las plantaciones, no se observan otros indicios de ocupación humana. Como tampoco hay accidentes geográficos identificables, solo podemos concluir que el clima, la vegetación y la geografía podrían coincidir con la zona centro-sur de Chile.
Según Antonio Romera, Benito Rebolledo gustaba de hablar de la composición en pirámide, lo que en cierta medida se refleja en esta pintura. A pesar de que en una primera mirada los terneros parecieran flotar en la gran mancha de agua, lo cierto es que su ubicación y pose se sostiene en un esquema de líneas verticales, horizontales y diagonales determinados por la sección en mitades de cada lado del cuadro, la sección áurea de los mismos y la proyección de los lados menores sobre los mayores.
Claudio Guerrero, Catálogo Razonado MAC, 2017.