La pintura nos muestra a una mujer de frente en un encuadre muy apretado que solo nos deja ver la parte superior del tórax, los pechos, el brazo izquierdo desde el hombro hasta el codo, y su rostro, girado a la izquierda y con el mentón pegado al hombro hasta dar un riguroso perfil. La mirada concentrada de la modelo acompaña el giro. Detrás del cuerpo, gruesas pinceladas describen alguna clase de tela o velo.
La obra pareciera alojar dos tratamientos formales levemente diferentes respecto al cuerpo de la modelo. El rostro de la mujer nos entrega una sugerente caracterización física y psicológica de la modelo. Detalladas pinceladas nos informan de su mirada, el color y forma de sus labios, la estilizada nariz, el arco tenso de sus cejas y el rubor de sus mejillas. En cambio, el resto de ella está resuelto en pinceladas mucho más generosas y ágiles, que tienden a destacar el carácter tan particular como anónimo del cuerpo en cuestión.
En todo el cuadro, sin embargo, se evidencia el sofisticado uso del color al que llegó Fossa, que a través de finas veladuras produce carnaciones que incluyen tonos rosas, verdes, grises, ocre y azul, entre otros. Ágiles notas de blanco, finas en el rostro, gruesas en el resto del cuerpo, terminan por dar un carácter lechoso y brillante, y le transmiten cierta elegancia e intemporalidad que estaba a medio camino entre el Realismo académico y el Luminismo, como un recurso ecléctico característico de principios del siglo XX, que pretendía presentar una solución de continuidad entre los valores del Salón tradicional y las innovaciones del Impresionismo.
Claudio Guerrero, Catálogo Razonado MAC, 2017.