Calle de San Fernando

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Calle de San Fernando corresponde a un motivo recurrente en su pintura, ciudades de la zona central de Chile (Santiago, Valparaíso, Limache, Melipilla, entre otras) que son vistas a través de sus calles y callejones. En esta obra aparecen construcciones arquitectónicas, casas al borde del camino y la torre de una iglesia hacia el fondo, que probablemente pintó antes del terremoto de 1928, el que destruyó casi la totalidad de la región. Y aunque Calle de San Fernando no está datada, obras similares pertenecen a su último período de producción, entre 1920 y 1933, el año de su muerte.

A partir de esta obra podemos comprender su método de trabajo: el uso de colores intensos, pigmentos aplicados de manera directa y rápida en pinceladas, que son realizadas frente al motivo sobre un formato pequeño, fácil de transportar y que funciona como una impresión instantánea que da cuenta del total y logra abarcarlo velozmente. Sus pinturas captan diferentes momentos lumínicos del día, siendo el atardecer el más estimulante para él, lo que en términos de color se traduce en los tonos crepusculares que predominan en esta pintura, tonos de amarillos y anaranjados que contrastan con los tonos de azules y violetas del cielo. El ejercicio consiste en capturar la luz a través de manchas de color que registran el impulso de la mano adiestrada a sintetizar las formas en constante cambio, esta manera de pintar lo llevó a ser catalogado como “manchista” e impresionista. Pero esa relación es dada por ciertas características formales en común y no por una afiliación o imitación al movimiento francés.

Amalia Cross, Catálogo Razonado MAC, 2017.

Retrato de Augusto D’Halmar

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En el cuadro se representa a un hombre joven vestido a la usanza de la época, en un traje oscuro, con chaqueta, camisa y un pañuelo anudado en el cuello. El cuerpo y la cabeza están levemente girados, generando una sombra en el lado izquierdo del rostro, acentuando la dirección de la mirada e insinuando una sonrisa por la comisura de los labios. En su rostro se concentra una mayor definición por las pinceladas y el manejo de tonos en la construcción del volumen, mientras que el resto de la figura ha sido esbozada en líneas que se disuelven hacia el borde inferior del cuadro, generando un aspecto inconcluso o abocetado; una mayor soltura que marcará una diferencia formal fundamental con sus retratos anteriores, mucho más académicos y acabados, como los que realizó antes de su primer viaje a Europa en 1887.

El personaje retratado es el escritor Augusto D’Halmar, a quien Juan Francisco González conoció a finales del siglo XIX, y con quien estableció una cercana relación de amistad. Es interesante el hecho de que este retrato fue realizado el mismo año en que Augusto decide cambiar su nombre, pasando de Augusto Geronime Thomson a Augusto D’Halmar. En su libro Cristián y yo, una compilación de cuentos publicado en 1946, el escritor decidió incluir como portadilla una reproducción de su retrato pintado por González, señalando bajo la imagen: “Retrato de Augusto D’Halmar a la edad de 20 años”. En otro de sus libros, Recuerdos Olvidados, que son las memorias de su heterónimo Cristian Delande escritas por D’Halmar en tercera persona, se hace una mención especial dentro de sus amistades al pintor, quien contribuyó activamente en su formación intelectual y espiritual, ocupando la figura de maestro.

Amalia Cross, Catálogo Razonado MAC, 2017.