Para esta muestra, la artista revisita dos emblemáticas performances realizadas inmediatamente después de la Dictadura Militar. Se trata de La sangre, el río y el cuerpo (1990), presentada en un islote de tierra al centro del río Mapocho, donde la artista transita por los conceptos de flujo, agua, sangre, muerte, memoria y cuerpo, al tenderse desnuda sobre un lienzo, y manchar otro con sangre. También es parte de esta muestra El cuerpo de la memoria, presentada en 1999 para la II Bienal de Arte Joven. Son 90 acciones en total, desarrolladas entre enero y marzo de aquel año, presentadas en espacios de tortura y en una sala del Museo Nacional de Bellas Artes, donde se llevaba a cabo la bienal. A través del ejercicio de compartir y hacer públicos parte de los registros del archivo personal de la artista, que da cuenta de performances-instalaciones radicales hechas en un contexto social-político indolente y negacionista, se remueven pasajes de nuestra memoria colectiva.