Elena constituye una obra temprana, de 1931, que muestra cuán rápido transitó Román desde la tradición estatuaria decimonónica en que fue formado hacia el modernismo escultórico propio de los años de entreguerras, como lo prueban su orientación hacia una síntesis formal y la lejanía del naturalismo. El busto se compone, como era usual en la escultura modernista de entonces, de secciones fácilmente distinguibles, que corresponden al resultado de un análisis del modelo, el motivo y su tradición, y a una síntesis que traduce aquellas indagaciones. En este caso, tenemos tres secciones: cuello, rostro y cabello. Cada una responde a un tipo de volumen, operación formal y relación con el espacio diferente. El cuello constituye un volumen de orientación vertical, es robusto y compacto como una columna. En buena medida, se corresponde con la forma cerrada y pura del cilindro. El rostro constituye una suerte de único plano modulado con algunas incisiones, y en tal sentido recuerda a una máscara, lo que no es sorpresivo si recordamos la importancia de las máscaras “primitivas” en la renovación del lenguaje de la pintura y la escultura desde inicios del siglo XX. La dureza arcaica de ciertos rasgos puede relacionarse con cierta visión americanista que Román desarrollará a lo largo de su obra. El cabello, por último, forma un gran volumen de materia, como una suerte de explosión, mar embravecido o roquerío, que se expande vibrante. En él, resulta visible el modelado como en ninguna otra parte de la pieza, en una aparición tanto de lo informe como del gesto del artista.
Claudio Guerrero, Catálogo Razonado MAC, 2017.