La obra representa una escena del velorio del angelito, específicamente la escena que en esa costumbre funeraria campesina y popular corresponde al Verso por despedimiento. El cuadro ha sido dividido en tres zonas distribuidas en dos niveles que son claramente identificables. En el nivel inferior, que corresponde al mundo terrenal, se encuentra a la derecha “el angelito” sentado en una silla sobre una mesa, vestido con un alba y una corona, y con las manos juntas en actitud de ruego. Un arco de flores enmarca el sitio que es la zona más iluminada del cuadro. Al mismo tiempo, sobre la mesa se distribuyen una serie de objetos: tres palmatorias con velas encendidas, un jarro de cuello largo y una botella con flores, una taza humeante y una gallina encintada. En la zona de la izquierda se sitúan una serie de siete figuras humanas, de las que solo podemos ver las cabezas que son como máscaras con los ojos muy abiertos, rodeando a la figura central del cantor que tañe el guitarrón en el momento de interpretar la despedida. La escena es de una síntesis y una economía estremecedoras, y lo elemental de las figuras, más la cruda sequedad de los colores, provoca un efecto intenso de pobreza. Solo los ojos en las cabezas y la boca abierta del cantor, que forman una constelación de puntos luminosos contra lo oscuro de las figuras, nos distraen de la tristeza, en la medida que muestra un repertorio de reacciones ante la muerte. Pero también una serie patética que transita sin fin de lo cómico a lo trágico, una alegoría de la condición humana que se debate en el centro de la música y al borde mismo de la muerte.
El nivel superior del cuadro corresponde a la parte celestial y entre las nubes de colores, verdes y rosadas, vemos al “angelito” que ha partido volando con sus alas amarillas y con las manos en actitud de ruego. Una serie de grandes curvas cromáticas desarrolladas en espiral cubren el plano superior y solo una pequeña sección invertida, ubicada en el vértice superior izquierdo, contrarresta el despliegue dando estabilidad a la dinámica de las formas redondas. No obstante la profusión de elementos, la composición está correctamente compensada y sostenida en un punto de equilibrio general: la mano izquierda del cantor, cuyos dedos aprietan las cuerdas del guitarrón. La mano, situada con inteligencia sobre el eje central vertical, un poco más abajo del centro geométrico del cuadro y pintada en un tono rojizo que contrasta con la oscuridad del fondo. Todo el cuadro es recorrido por una especie de nube negra que parte rodeando la zona del angelito en su silla y se despliega como una sierpe enlutada que envuelve al cantor y los deudos, separándolos para siempre del niño muerto. Solo el nivel superior queda exento de la turbiedad, a este no lo alcanza el flujo amenazante de la muerte que infiltra y corroe todos los intersticios de la existencia y la materia, dejando a los vivos una pregunta incontestada, “este cementerio que es la vida, dice Violeta, a cada momento me muestra sus nichos y sus cruces” (Morales, 2007, p. 54).
Gonzalo Arqueros, Catálogo Razonado MAC, 2017.